HAMBRE

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“Prefiero morir de Coronavirus que de hambre”,  es la frase que se repite en decenas de reportajes que muestran las largas filas de personas esperando una donación de alimentos durante la crisis. Es la frase que retrata el desespero de América Latina, la necesidad de los inmigrantes y la clase trabajadora en el mundo. 

Está claro que el virus sí discrimina y no afecta a todas las comunidades por igual. El contagio se da en personas que no pueden practicar el llamado distanciamiento social por la necesidad de salir a trabajar para comer. El contagio afecta más a quienes no tienen la oportunidad de tener una alimentación balanceada y de hacerse constantes chequeos médicos. El contagio tiene clase social.

Estamos viendo la foto de la miseria que nos ha acompañado por años hoy distribuida en todo el mundo, se trata ahora de una miseria normalizada. La miseria de la explotación laboral, que impide a muchos ser contratados con prestaciones e incluso, pedir un día de enfermedad, sin temor a verse reemplazados. Una persona que depende de su trabajo diario para comer no puede faltar al menor síntoma. Tiene prohibido decir: “no voy porque tengo tos”. Existe una miseria que tiene la informalidad laboral como la única salida. La clase trabajadora vive en la normalidad de la desprotección. Esta los obliga a exponerse y prevalece el pago diario antes que el autocuidado. Calmar el hambre antes que prevenir el contagio. 

La inseguridad alimentaria o hambre extrema es la realidad de nuestras poblaciones latinas, las que permanecen en Latinoamérica y las que migran. En Nueva York, por ejemplo, la comunidad hispana es una de las más afectadas por la pandemia. Las razones de los expertos apuntan, también, a la falta de seguridad laboral y el poco acceso al sistema de salud, además de las situaciones de hacinamiento y por supuesto, la dependencia a un documento que permite el acceso a beneficios que los certifican como humanos dignos de un trato igualitario. 

La pandemia es el grito del hambre y de la inequidad que claramente tiene responsabilidad política. La solidaridad, las donaciones, y el estado la emergencia van a tener fecha de caducidad pero el hambre extrema continuará en muchos hogares, llevando a la desesperación, a la violencia, la deserción escolar y así a la continuidad de la cadena de pobreza. 

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura calcula que el impacto económico hará que 265 millones de personas se queden en situación de inseguridad alimentaria aguda. La cifra es casi el doble a la del 2019 cuando se registraron 135 millones que sufren de esta tragedia. De esta cifra una de las poblaciones más afectadas sería la de los inmigrantes venezolanos. Los números dicen que 1,2 millones de migrantes y refugiados venezolanos en Colombia y Ecuador sufren de hambre aguda. 

Los trapos rojos en Bogotá, los caminantes de Lima, las aglomeraciones por los subsidios en El Salvador, las protestas en Bolivia, las filas de los migrantes en las calles de Queens en Nueva York, son las imágenes que junto con el hacinamiento en las salas de emergencia representan el fracaso del sistema al que consideramos “la normalidad”. 

Si de algo tiene que servir esta crisis que nos encierra, nos enfrenta y nos pone evidencia sobre la enorme distancia que hay entre el privilegio y la pobreza, es para reconocer que más allá de la vacuna, el acceso a una alimentación digna y a la protección laboral podrían prevenir la masificación de muchas tragedias y evitarían poner al mundo en una catástrofe donde los que sufren siempre son los menos favorecidos.

La Pandemia llegó justo después de los estallidos sociales de los que Latinoamérica era protagonista. Marchas enormes que pedían un cambio en el sistema, gobiernos dignos y cero corrupción. La crisis confirma que todos esos reclamos son más que justificados. El reto ahora es revivir el grito y no dejar morir la indignación, la memoria y las necesidades de quienes perdieron la vida por no poder dejar de trabajar, por hambre y de quienes quedan en una situación que solo les permite la supervivencia. 

Cortesía: http://www.ny1noticias.com
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About Author

Periodista de la Universidad del Rosario en Bogotá con estudios en el Instituto Tecnológico de estudios superiores de Monterrey (ITESM) en la ciudad de México. Ha sido parte del equipo de periodismo de investigación para documental en uno de los canales de televisión más importantes de Colombia (RCN), así como también ha realizado importantes reportajes acerca del abuso de jóvenes militares en las Fuerzas Armadas. Katerin es una de las fundadoras de El Borde y su pasión por el periodismo y los Derechos Humanos ha hecho que esté inmersa en la investigación acerca de la inmigración, refugiados y mujeres, desde un punto de vista más humano.

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