Por: Rafael Castro
Soy inmigrante ilegal en Nueva York. Llegué a esta ciudad en septiembre de 2015 con la firme intención de quedarme acá y comenzar una nueva vida. No, no iba detrás del ‘sueño americano’ porque no creo ni he creído nunca en él. Sólo quería vivir de forma distinta a como vivía en Bogotá. Me enamoré de esta ciudad desde la primera vez que vine en 2007 con una ex novia. Prometimos volver aquella vez y en 2011 lo hicimos.
Para la segunda vez que visite la Gran Manzana ya sabia en mi interior que quería vivir acá. Era periodista en Colombia, pero los sueldos y la falta de oportunidades en mi carrera me forzaron a tomar la decisión que desde hacía mucho tiempo tenía en mente.
Cuando llegué a Nueva York no sabía bien lo que quería hacer, pero nunca pensé en los asuntos de inmigración como algo que fuera a ser un mayor problema. Sabía por testimonios de amigos que han venido acá y trabajado ilegalmente, que conseguir un empleo no era mayor dificultad.
Pero el panorama comenzó a cambiar desde que la candidatura de Donald Trump empezó a tomar fuerza. Lo que parecía como un absurdo, fue convirtiéndose en algo cada vez más real y me costó asimilarlo. Nunca olvidaré la noche de las elecciones. Estaba con un amigo mexicano, que también estaba trabajando de forma ilegal, pero tenía visa de turista vigente, veíamos como Trump ganaba y ganaba más colegios electorales. Estábamos en un bar cerca a la casa donde vivo ahora y los clientes vitoreaban cada vez que Hillary Clinton recortaba distancia. Al final pasó lo inimaginable. Trump sería presidente.
No pensé que pudiera afectar mi situación de ilegal mucho en New York pues esta es una ciudad santuario donde acogen a los inmigrantes ilegales. Sin embargo, con el paso del tiempo y de ver cómo el nuevo presidente impone cada vez más medidas y presión para que haya más controles y deportaciones el tema me comenzó a preocupar. También me inquietó el hecho de que Miami adoptará las nuevas políticas y las sanciones a las que se exponían las ciudades santuario por no acoger las políticas del nuevo presidente.
En las redes sociales comencé a ver que aparentemente estaban haciendo redadas en las estaciones de metro, principalmente en las que son más usadas por los inmigrantes ilegales. Por fortuna, tengo contacto con varios compañeros que trabajan en causas proinmigrantes y ellos se encargaron de aclarar que los rumores eran falsos. No conozco hasta el momento algún caso de alguien al que le hayan pedido papeles en la calle y al encontrar que está indocumentado, lo hayan deportado.
Soy punkero, he estado en una que otra manifestación en contra de Trump y sus políticas contra los inmigrantes y pienso seguir asistiendo. New York es una ciudad multicultural en donde la mayoría de las veces, no siempre, se respetan las diferencias de credo o raza. Esto no es un paraíso, pero es el lugar en donde decidí vivir y donde me quiero quedar.
Recuerdo que en una de las manifestaciones a las que asistí le dije a una mujer de avanzada edad y de nacionalidad estadounidense que era un ilegal, ella me respondió que nadie es ilegal en el mundo. Creo que yo sí porque no vivo mi vida pensando en cumplir las normas absurdas que establecen gobiernos sin sentido. Acá seguiré por ahora apoyando las causas en contra de la xenofobia.
Sin embargo, mis amigos me recomiendan que me case con algún/a estadounidense para obtener una visa de residente, solo por si las moscas.