“yo era alguien muerto de miedo ante la vida. Me agarré de la causa revolucionaria como una manera de ser joven y de tener un sitio en esta sociedad”, dice Boris Julián Forero Serrano, quien hace más de 10 años era conocido como Eduardo Torres o ET en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Él paso del monte, donde enfrentaba al Ejército, a la capital de Colombia para trabajar con el Estado.
Es un lunes cálido en Bogotá, a las 8:00 a.m. en la Plaza de Bolívar, en el centro de la ciudad, los funcionarios del Capitolio Nacional y de las Altas Cortes corren para llegar a tiempo a su trabajo. En una esquina está Boris, un hombre de 50 años, quien carga un morral y se toma un tinto de $500. Su primera tarea del día es ir a inscribirse en un curso de inglés.
“Yo a veces leo cosas en ese idioma (inglés). Me toca estudiarlo porque lo necesito para mi trabajo porque me toca hablar con los gringos”, afirma este excombatiente, hoy en día funcionario de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), entidad que recibe a los desmovilizados de las guerrillas y el paramilitarismo para incorporarlos a la vida civil.

Foto: Camilo Rodríguez
Camina con confianza por la ciudad y llega al instituto de inglés con la expectativa de encontrar un curso que se adapte a su horario y economía. Se presenta como contratista del Estado mientras le muestran las mejores opciones para el aprendizaje del idioma.
Boris Julián nació en Ibagué, en lo que dice era “un barrio marginal”. Su papá militaba en el Partido Comunista y cultivó en él “un corazón mamerto”. Cerca a los 18 años empezó a ser parte de las Juventudes Comunistas .
Era la Colombia de los años 80’s, el país vivía una ola de violencia y corrupción a causa del narcotráfico. Varios grupos armados azotaban al país. La Unión Patriótica (UP), el partido de izquierda que tomaba fuerza en el momento fue exterminado en una serie de crímenes denominados de lesa humanidad por la justicia colombiana.
Un domingo 11 de octubre de 1987, Boris estaba en sus actividades políticas, promoviendo la campaña de Jaime Pardo Leal, entonces candidato a la presidencia de la UP. Esa tarde asesinaron al político. Apenas se conoció la noticia, Boris, indignado, decidió unirse a las Farc.
“Me conmoví mucho y decidí seguir haciendo cosas por mi país. Creía en una causa”. Así empezaron 18 años en el monte, primero en el frente 22 de las Farc en Cundinamarca y luego en el Tolima.
Sobre las 9.15 a.m. de ese lunes, la asesora de cursos de inglés le dice a Boris que lamentablemente está reportado en Datacrédito, una base de datos de quienes tienen alguna deuda en el país. Por esta razón él decide solucionar el problema y volver después.
Va hacia su casa en el barrio Las Cruces, a unas cuadras de la Plaza de Bolívar. “Yo soy centrista”, afirma, mientras camina por el lado de la casa presidencial.
“La guerrilla siempre está ligada al terreno donde se esté. Este barrio hace diez años era inviable y colapsó después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Estar tan cerca al centro del poder y a la vez vivir en una zona tan marginal, a solo cuatro o cinco cuadras del presidente, es interesante. Este es un relato histórico y físico que me gusta”.
Boris estudió psicología social a distancia e inició sus estudios en la cárcel, donde permaneció tres años por el delito de Rebelión. Ahí se motivó a estudiar, se enamoró de una trabajadora social y tuvo a su primera hija. Luego de su paso por la cárcel volvió a la guerrilla, sin embargo, las cosas cambiaron.
“Yo seguía creyendo en la causa. Pero un día hablando con los campesinos me di cuenta que en la vida de ellos la lucha guerrillera no hacía diferencia, es decir, que nos les representaba un beneficio. Un día vi a una joven guerrillera que estaba siendo velada en una mesa de billar por habitantes de un pueblo. Es una imagen que no logro borrar”, recuerda.
Desertó, se entregó a un Batallón del Ejército y ahí empezó su proceso de reinserción. La ciudad de Ibagué no le daba mucha seguridad y por eso migró a Bogotá.
En Las Cruces vive en el cuarto de una pequeña pensión. Solo. Comparte la cocina con Luz Marina, su vecina más querida y también tiene una gata llamada Morina, una criolla que él adoptó.

Foto: Camilo Rodríguez
Su mascota es su compañía y es que aunque vivió 18 años en medio de balas y escenas dolorosas, la fobia de Boris es comer solo. No concibe sentarse a una mesa sin alguien a su lado, por eso paga una mensualidad en un restaurante para almorzar con sus vecinos. Pareciera que el destino de él es vivir en comunidad.
«Me gusta salir y sentarme con la gente del barrio. Acá hay muchos problemas como delincuencia, drogadicción, maltrato, pero tratamos de ser solidarios entre vecinos cuando tenemos que hacerlo», dice.
En su casa lee. Por ahora está repasando Crimen y Castigo de Fedor Dostoiewski, que según él habla de justicia transicional. Los domingos le gusta caminar, ir hacia lo verde que encuentra en el sur de la ciudad. La frontera que nunca cruza es la del norte.
“La vereda Quiba, en la localidad de Ciudad Bolívar, me gusta mucho. Eso hago los domingos, ir hacia esos lugares.Para el norte si no no voy. Siento que no es mi sitio. No es un culto a la marginalidad es que no los logro descifrar”, asegura.
De su casa al trabajo se va a pie.Camina más de 20 minutos para llegar a la sede de la ACR en Barrios Unidos. En su trayecto se detiene en el barrio Policarpa y recuerda que ahí se reunían las juventudes comunistas a hacer sus debates y eventos. Suspira.
Guarda muchas nostalgias pero quizá la más grande es la de la montaña y por eso sueña, con su actual compañera sentimental, hacer una unidad agrícola familiar y retornar al campo.
“Los primeros años de la reintegración duré con un sentimiento que no sabía qué era. Como que miraba una y otra vez las montañas hasta que descubrí que yo tenía añoranza de montaña, de escuchar el río. Ese es un hábito muy fuerte en la vida guerrillera. Ahora trato de ir una vez al mes a una montaña”.
El trabajo que tiene ahora lo conecta con la vida citadina, la de funcionario público y la que vivió como guerrillero pues tiene que ayudar a los desmovilizados a conocer las oportunidades que tienen en la vida civil. Actualmente hay 15.500 personas en proceso de reintegración.
Le gusta su trabajo y es que en este espacio puede ayudar a sus “compañeros”, como aún les dice. Antes de estar en la ACR trabajó en Transmilenio, la empresa de transporte masivo de Bogotá y aunque suene increíble trabajó en la Unidad de Trabajo Legislativo del senador José Obdulio Gaviria, del Centro Democrático, partido opositor del proceso de paz con las Farc que se firmó en 2016.
“Llegué ahí por un amigo y porque Gaviria me ha parecido un hombre estudioso pero siempre fui mosco en leche».
No habla mucho del acuerdo de paz ni del Centro Democrático solo dice que en su trabajo en el Congreso pudo ver que es un partido «que no quiere cambios para el país», sin embargo, no quiere entrar en detalles sobre este tema. Lo único que tiene claro es que cuando las Farc se lancen como partido político se «asomará a ver qué pasa».
En el camino a la oficina se encuentra con algunos de sus amigos que han finalizado el proceso de reinserción, unos son celadores de edificios cercanos, otros conducen buses. Su vida es la de un ciudadano cualquiera. La de alguien que creyó en algo..

Foto: Camilo Rodríguez
Su hija hoy en día es abogada y dice que tiene un importante trabajo con comunidades. Él es un caminante, un trabajador y alguien que cree en la vida, que espera “que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena”, como dice la frase de una de sus canciones favoritas, Noches de Boda, de Joaquín Sabina y Chavela Vargas.
Es la 1:00 p.m. y Boris llega a su trabajo para ultimar los detalles de una reunión que tiene con una ONG de Estados Unidos, mientras tanto, espera respuesta de la institución que aún lo reporta como deudor para saber si puede o no inscribirse al curso de inglés y así poder «contarles algunas realidades a los gringos».