“No me gusta trabajar en restaurantes, ni tampoco cuidar niños”, dice Viviana Silva, quien da esta respuesta para argumentar por qué desde que migró a Estados Unidos se dedica a la construcción.
Esta colombiana, madre soltera de 34 años, pinta, lija, echa cemento y pega bloques como cualquier obrero de latinoamérica. Lo hace en Nueva York, donde a diario se levanta para ganarse la vida en lo que es comúnmente es considerado un “oficio para hombres”.
Llegó a Estados Unidos por amor y para recuperarse económicamente. Trabajaba como bombera en Jamundí, un pueblo ubicado en el departamento del Valle, allí sostenía sus dos hijas de 17 y 13 años sin ayuda del papá.
Mientras ejercía como bombera destacada en su municipio y en ocasiones como auxiliar de enfermera, Viviana gastaba el poco tiempo libre que tenía en una página para encontrar pareja. Entre chats y correos conoció a Santos, un guatemalteco que es constructor desde hace más de 20 años en Estados Unidos.
Con el carácter que denota su voz fuerte, Viviana dice que “pasó algo bonito y no lo pensó” y cuando el papá de sus hijas decidió llevárselas para Panamá, ella quiso emprender otro rumbo, y recién operada de un bypass gástrico tomó sus maletas y se fue a Nueva York a reiniciar su vida al lado de Santos, un desconocido.
La historia no fue dramática. Ella encontró al amor y a quien sería su maestro en el arte de la construcción.
“Él me ha enseñado todo. Apenas llegué él empezó a decirme cómo era el oficio de la construcción y ahí voy aprendiendo”, dice.
Viviana y Santos sueñan en un futuro con formar su propia empresa de construcción
Santos no le vio problema a que ella trabajara entre cemento, barro, polvo y ladrillos, y empezó a enseñarle todos sus secretos. Para él es un “orgullo” que su pareja trabaje a su lado.
“Las mujeres tienden a ser más responsables que nosotros los hombres. Si yo fuera patrono le daría más prioridad a una mujer porque en este oficio no se utiliza la fuerza, se utiliza la mente. Es más estrategia que fuerza por más pesado que sea el trabajo”, dice Santos.
Y sí, la fuerza física es lo de menos cuando hay un muro más grande que derribar: el del machismo, por eso Viviana nunca olvidará su primer día en el que le “dieron la oportunidad” y le tocó con un joven que estaba empezando también en el oficio.
“Él me decía cómo hacer las cosas que ya sabía. Nos tocaba pintar y mientras estábamos trabajando, él se fue a comprar algo y cuando llegó yo ya tenía todo eso y le dije que es cuestión de darnos (a las mujeres) la oportunidad”, recuerda.
Ese día ganó 200 dólares y se quedó por tres días más porque además podía hacer limpieza algo que su compañero no.
Pese a que tengan algo de experiencia las mujeres que se dedican a la construcción tienen un salario más bajo que el de los hombres. Para ellas normalmente el pago es de 11 dólares la hora y para ellos 15.
“Es duro tener igualdad porque dicen que no sabemos sin siquiera contratarnos, además, hay otra cosa y es que en las construcciones la mayoría son hombres y a los jefes les da miedo que nos pase algo”, afirma.
Junto con Viviana trabajan más mujeres que se recomiendan entre sí para que no les falte trabajo. Ellas, al igual que los hombres, se capacitan en salud ocupacional y todas tienen su certificado antes de ejercer. Un documento para el cual no se exige ningún tipo de residencia o ciudadania. Cualquier persona puede adquirir el certificado del OSHA (Occupational Safety and Health Administration) haciendo un curso intensivo de 10 horas.
Viviana ya dejó expirar su visa, y ahora forma parte de los indocumentados que trabajan en Estados Unidos. No le interesa en estos momentos solucionar su situación migratoria ya que lo importante es ahorrar y comprar una casa en Colombia para vivir con Santos. Él ama este país que sin conocerlo y desde sus citas por internet con Viviana veía videos del Valle.
Mientras la plata se reúne y se concreta la compra de una vivienda, la pareja entrena en los días libres todo lo relacionado con el oficio de la construcción, poner puntillas, baldosas etc. aprovechando que Santos tiene su propia herramienta.
Su historia de amor no solo la llevó a cruzar fronteras físicas sino también mentales y es que como ella dice “no hay nada que una mujer no pueda construir”